3. Gestión de agresiones

Este apartado es probablemente el más controvertido ahora mismo, el que más discusiones y debate puede generar, si es que alguien se lee este fanzine.

Por esto quiero que quede muy claro que me voy a centrar exclusivamente en la gestión de las agresiones en los círculos y ámbito de la militancia autónoma y, antes de nada, sabiendo que este tema puede herir muchas sensibilidades, quiero aclarar un par de cosas: considero que las agresiones y la violencia son una de las mayores y más importantes problemáticas a las que lleva enfrentándose el feminismo. Que es un problema que hay que seguir abordando y tratando. Que debemos seguir buscando las formas de reparar los daños y transformar las condiciones sistémicas que llevan a las agresiones, y que nuestro objetivo final debería ser que estas violencias dejen de existir.

Sé que habrá críticas, porque mucho de lo que voy a poner sobre la mesa es tabú, que muchas pensarán que hablar de esto es darles armas a los machirulos de turno, y probablemente este fanzine será utilizado y tergiversado tanto por la facción machista y carca como por la intransigente y punitivista del feminismo.

Sin embargo, creo que ya va siendo hora de sacar ciertas ideas a debate. Evidentemente, me dará mucha rabia que todo esto se utilice en contra del feminismo, pero ya está bien de silenciar ideas por miedo a quien pueda ir en contra.

La construcción identitaria del enemigo común

Hasta ahora en este texto he usado siempre el femenino para referirme a las personas en genérico, y de esta forma no excluir a ninguna expresión de género. Sin embargo, en este apartado haré un análisis centrado en la construcción, dentro de nuestro imaginario colectivo, del hombre cisheterosexual como el enemigo número uno del feminismo.

El patriarcado, tanto a lo largo de la historia como actualmente, es un sistema que establece una jerarquía social y, por tanto, ejerce una violencia estructural sobre todo el mundo, en mayor o menor medida en función de su posición en esa jerarquía, el lugar desde donde se hace el análisis y el momento histórico concreto. De esta forma las mujeres cishetero, otras expresiones de género y las personas no heteronormativas son las principales receptoras de estas violencias. Sin embargo, en este sistema también se cruzan otras opresiones y escalas de privilegios como lo son la raza, el origen, la clase social, el estatus, el rango dentro de un grupo, etc.

Dicho sistema tiene, por tanto, un nivel de complejidad enorme y se han realizado reduccionismos para analizarlo, estudiarlo y confrontarlo. Este reduccionismo se basa, entre otras cosas, en la identificación del hombre cisheterosexual como la encarnación del sujeto opresor.

Hasta aquí todo en orden, ¿no? Muchas teorías políticas hacen lo mismo para facilitar la interpretación de la sociedad, como, por ejemplo, se identifica al proletario con la clase oprimida del capitalismo en la teoría marxista.

Pero, ¿qué problemas ha dado esta reducción teórica? En el caso del marxismo con la clase proletaria, una tendencia a idealizar y banalizar al obrero en la teoría, abriendo así un abismo frente a la experiencia empírica.

Supongo que, en general, todas somos conscientes de que, en la práctica, la clase obrera no es todo virtud, altruismo y compromiso con la causa, sino que en general, como en otros estratos sociales, imperan el individualismo salvaje y el pasotismo. Imagino que también todas somos conscientes de que esta perspectiva tiende a infantilizar al obrero, estableciendo otra jerarquía sobre la clase trabajadora separándola de la vanguardia militante.

No pretendo meterme a discutir sobre marxismo, ni abrir debate al respecto, solo pretendo ejemplificar los problemas que surgen de aplicar reduccionismos, fruto de la simplificación (útil) del análisis teórico, a la realidad social. Solo quiero señalar los peligros de individualizar, en personas concretas, conflictos y tensiones de carácter estructural.

Es decir, volviendo a nuestro tema, considero erróneo y muy peligroso reducir, en la práctica, la violencia estructural del patriarcado a sujetos concretos y generalizar en ellos. Creo que expresiones como “todos los tíos son agresores” y satanizar con ello a todos los hombres, santificando por el contrario a todas las que no los somos, es grave y peligroso.

Por un lado, porque todos los hombres cis han podido agredir o pueden potencialmente hacerlo, pero partiendo de que un hecho o actitud no te definen de forma permanente como persona y que todo el mundo es susceptible de cambio, creo que el haber agredido o poder hacerlo en un futuro no debería reducir tu identidad a la de ser puramente un agresor. De esta misma manera, considero que, por el hecho de ser mujer, porque te hayan agredido o porque puedan hacerlo en un futuro, no te conviertes en una víctima a perpetuidad y no debería reducírsenos a eso. Al menos yo me niego.

Por el otro lado, esta simplificación lleva a la errónea conclusión de que no existen agresiones o violencia si esta no es ejercida por un hombre. Esto, a su vez, invisibiliza las agresiones, tanto sexuales como de otra índole, que también ocurren en las relaciones no heteronormativas, o en contextos de presupuesta seguridad como pueden ser los espacios no mixtos.

Deberíamos poder señalar que este tipo de agresiones también suceden y que invisibilizarlas u obviarlas es una estrategia política,cuanto menos, cuestionable y peligrosa. Esta nos está llevando a una banalización de las agresiones y se traduce en una falta de responsabilidad política grave, en una carencia total de autocrítica sobre nosotras mismas y en la incoherencia absoluta entre lo que se defiende desde el discurso imperante y la práctica de cada una y sus actitudes hacia las demás.

Hay quien argumenta, en estos casos, que no es lo mismo una agresión de un hombre cis que de otra persona, al no estar perpetuando una violencia estructural, pero en realidad lo que a menudo sucede, es que sólo este tipo de agresiones se analizan desde una perspectiva estructural, pasando a menudo que el resto no son observadas desde este mismo enfoque.

En toda agresión o conflicto habría que analizar las especificidades de la misma, ya que una agresión perpetuada por una persona que no sea un hombre cis puede suponer la misma violencia para la persona si se cruzan otras jerarquías en la relación y distintas vivencias previas. De la misma manera, si reconocemos que existe una violencia estructural del patriarcado, esta violencia deberá ser abordada y tratada como tal, poniendo en el punto de mira, no solo a la persona que la ejerce, sino a las causas sistémicas, el entorno y las dinámicas relacionales que la propician.

En resumen, en muchas ocasiones, el discurso feminista hegemónico se basa en un reduccionismo sobre quienes son “los malos”, que a la hora de establecer una práctica política coherente y sana, no nos ayuda, aunque pueda ser un enfoque de utilidad a la hora de establecer un marco teórico o, en su momento, para ejemplificar las violencias patriarcales. Por lo tanto, para evitar esta simplificación y encasillamiento, me referiré a lo largo de este texto a persona agredida y persona que ha agredido.

¿Qué es una agresión?

Este es, sin lugar a dudas, EL TEMAZO. Parece que, por consenso implícito, desde hace años, se asume que agresión es cuando te has sentido agredida y creo que llegar a esta conclusión fue fruto de un proceso complejo, sobre todo por la total falta de asunción de responsabilidades dentro de los entornos políticos autónomos, en los que se han dado infinidad de agresiones que han sido silenciadas, menospreciadas e ignoradas.

Conseguir, por tanto, que se empezase a hablar de esto, ha sido fruto del trabajo de muchas compañeras a fuerza de perseverancia y no callarse antes estas situaciones. Sin embargo, la definición desde la subjetividad de lo que se considera agresión, ha dado lugar a distintas reacciones frente a las mismas. Cómo cada persona vive y afronta una situación de violencia es un mundo. Una misma persona puede vivir la misma experiencia de formas muy distintas, dependiendo de su momento vital e incluso de cómo lo perciba su entorno.

Recomiendo mucho un libro que se llama “Una mujer en Berlín“, que es el diario escrito por una mujer anónima que vivió y sufrió las violaciones colectivas y repetidas del ejército ruso al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Lo escribe en primera persona, pero son vivencias de la mayoría de las mujeres que permanecieron en la capital berlinesa durante la ocupación soviética. Entre otras muchas experiencias, esta mujer transmite el cambio de valores de la sociedad en ese contexto, cómo se transforma la percepción de la violación, incluso por las mismas mujeres violadas y la necesidad de hablar de ello que tenían. Este libro estuvo censurado en Alemania hasta hace poco tiempo por el escaso heroísmo con el que retrata al sector masculino alemán que fue testigo pasivo de estos actos.

Una persona que ha sufrido una agresión y no se ve apoyada por su entorno puede llegar a sentirse muy sola y no poder afrontarlo. Sin embargo, en otras ocasiones, un entorno que agrava la percepción dela persona agredida puede generar un daño mayor que la agresión en sí misma. Respetar los ritmos y decisiones de la persona que ha sufrido una agresión es esencial. Sin embargo, es frecuente que personas ajenas o el propio entorno de la persona agredida le den una importancia menor o mayor a lo ocurrido y que, incluso, se juzgue a esa persona negativamente por no darle el mismo valor o que se la presione para que se lo dé. Este es un proceso muy duro y las personas del entorno deberían ser conscientes del poder de influencia y coacción que pueden llegar a ejercer, aunque no sea algo intencionado.

Nos enfrentamos, por tanto, a la complejidad que supone compaginar la subjetividad de cómo las personas implicadas en una situación de violencia han percibido y sentido dicha agresión con la objetividad de lo sucedido, cuestionando siempre que podamos llegar a conocer el hecho objetivo íntegramente.

El movimiento feminista autónomo ha tratado de dar importancia a esta parte subjetiva, dando valor a cómo se ha sentido la persona agredida principalmente. Esta labor, ejercida desde el feminismo, fue muy necesaria y lo sigue siendo, ya que vivimos en un entorno en el que se cuestiona o niega lo que una persona ha vivido en situaciones de violencia. Locas, histéricas, exageradas… son los apelativos más amables que se han llevado muchas al denunciar todo esto. Por ello, esta puesta en valor de las vivencias de las personas agredidas es esencial a la hora de gestionar las agresiones.

Sin embargo, en el contexto de las agresiones, esta no puede ser nuestra única herramienta. Por un lado, atender a la subjetividad de las personas implicadas en una agresión debería también implicar que tenemos en cuenta las de la parte que ha agredido, y, además, prestar atención a que dicha subjetividad está condicionada por mucho más que la emocionalidad de las personas afectadas. Influyen otros muchos factores, como el momento vital, emocional y físico de cada una, su rango social, otras jerarquías que se cruzan, la edad y otros aspectos de ambas partes. Incluso dependiendo de quién sea la persona que ejerce el poder o la violencia, de si nos gusta o no, esta acción puede interpretarse como algo inocuo o como la peor de las actitudes.

Por otro lado, es necesario intentar comprender lo sucedido con la mayor objetividad posible. Esto es complicado, ya que en general suele haber dos versiones encontradas o, en muchas ocasiones, hay miedo a preguntar el hecho en sí mismo, por no retraumatizar a la persona agredida o por temor a que sea interpretado como un cuestionamiento a la misma. No obstante, es necesario intentar dilucidar los hechos, poder hablar de ello creando las condiciones necesarias para que las personas implicadas se sientan cómodas para explicarlo, y preguntar a todas las partes, la persona que ha agredido incluida.

¿Por qué es importante?

Antes de contestar a esta pregunta, quiero aclarar las premisas que llevan a estar argumentación: Este fanzine pretende contribuir a generar mecanismos de funcionamiento que permitan cambiar los comportamientos y reducir las agresiones, y su enfoque se basa en la creencia de que todo el mundo cambia, si hay voluntad para hacerlo, y en que, además de la reparación de los daños, es necesario transformar las condiciones que llevaron a que se diera esta situación, porque el objetivo de gestionar las agresiones no es castigar ni expulsar a los pecadores del paraíso de nuestro entorno (ojo al sarcasmo), sino intentar que no vuelva a darse una situación parecida y que todo el mundo tenga un lugar. Como ya he dicho en apartados anteriores, todo el mundo falla, y debería poder tener la oportunidad de evolucionar, incluso en el caso de las agresiones.

Así que, en primer lugar, es importante intentar discernir entre lo objetivo y lo subjetivo para poder tomar decisiones y medidas de reparación y transformación adecuadas al caso y a las especificidades del mismo. De esta forma, se pueden hacer más fácilmente propuestas de reparación y aceptar iniciativas propias de la persona que ha agredido.

Tendemos a pensar que la persona que ha cometido una agresión siempre niega los hechos y es cierto que esto sucede a veces, pero igualmente ayudará saber lo ocurrido. Sin embargo, en muchos otros casos, la parte que ha agredido acepta o reconoce lo sucedido y tiene iniciativas de reparación que deben ser valoradas.

Cómo se trasmite la información es importante, ya que condiciona como esta va a ser recibida y tenida en cuenta. Es imposible que pretendamos que una persona reciba una acusación así, tranquilamente, si generamos un ambiente de agresividad o rechazo al trasmitirlo, por lo que será bastante difícil una escucha receptiva por su parte. Es necesario dejar tiempo de reacción, ya que todas somos en general lentas para aceptar las críticas, e incluso, que la persona se tome un tiempo de reflexión sobre el tema, a mi entender, es algo a valorar, no a reprochar. Teniendo en cuenta la importancia de las formas a la hora de transmitir el mensaje, puede ser más recomendable que en casos en los que la persona agredida está muy afectada, no sea esta, sino su grupo de apoyo, quien asuma esta función y, preferiblemente, alguien que tampoco este muy afectada con lo sucedido.

Igualmente, considero que la persona que ha agredido debería contar también con su propio grupo de acompañamiento, formado igualmente, no solo por amigas suyas, sino también por gente más externa, que pueda, de esta manera, realizar un acompañamiento más neutro en todo el proceso.

Sé que a esta propuesta seguro que sale el típico rechazo en plan: “Encima de ser un agresor, tenemos que ser majas con él para que se lo tome bien”. Pues mira, sí, al menos si nuestra intención es generar un cambio y no castigar. El objetivo no es regocijarnos en el dolor de ninguna de las partes, y la necesidad de venganza, aunque legítima, no transforma, sino que propicia un círculo vicioso de violencia poco fructífero.

Es necesario que seamos sinceras entre nosotras en cuanto a los objetivos a la hora de gestionar una agresión. Si lo único que se busca es venganza, reparación o transformación; o qué tipo de respuesta se espera de la persona que ha agredido. No podemos pretender que solo con comunicar que alguien se ha sentido agredida el resto sepan qué han de hacer.

Por ello es necesario un círculo de apoyo a la persona agredida, que esté formado no solo por personas cercanas y afectadas por la agresión, sino también por personas que sean más imparciales. Este punto de todas formas lo abordaré un poco más adelante con más profundidad.

En segundo lugar, considero importante abordar conjuntamente lo objetivo y subjetivo, como una manera de intentar evitar que el proceso de gestión de la agresión suponga una retraumatización de la persona agredida por parte de su entorno.

Como antes mencionaba, la misma situación puede ser vivida de formas muy distintas, dependiendo del momento, la persona, etc. Si una persona vive una situación de violencia, pero por su momento vital no le da una gran importancia, debería ser algo a valorar y a respetar, ya que siempre será mejor que la persona agredida no esté emocionalmente muy afectada, aunque para otras personas no sea comprensible.

En tercer lugar, la presión del entorno cercano genera en ocasiones situaciones y dinámicas de instrumentalización, tanto de la persona agredida como de lo sucedido, para responder a los intereses concretos del entorno o personas concretas.

Es evidente que, fuera de nuestro contexto, los casos mediáticos se han instrumentalizado para justificar un aumento de las penas de cárcel, o la instauración de la cadena perpetua revisable, en el código penal. Es el caso de Marta del Castillo y de la manada entre otros. Siendo el primero, sin ir más lejos, la excusa explícita de instaurar la cadena perpetua revisable en el estado español. Este tipo de utilización de las agresiones y a las personas agredidas persigue alcanzar su propia agenda política, banalizando su importancia y trivializando su gestión.

Por tanto, el entorno de la persona agredida tiene o debería tener gran responsabilidad a la hora de gestionar la agresión, evitar su utilización para otros fines que no sean el de la reparación de los daños y la transformación de las condiciones que lo generaron.

En nuestro entorno también es común que detrás de las agresiones y su gestión operen otros muchos factores, como luchas de egos, rangos y otro tipo de conflictos. Mientras estos factores no se visibilicen siempre será muy fácil banalizar lo sucedido, utilizar un testimonio para fines personales y tirar por tierra todo el trabajo hecho hasta ahora.

De esta manera, deberíamos intentar poner sobre la mesa lo sucedido para llegar al punto de mayor objetividad posible, siendo conscientes, además, de otros factores que afectan en estas situaciones. Esto puede ayudarnos a evitar que la gestión de las agresiones se utilice como arma arrojadiza entre machistas empedernidos y punitivistas intransigentes o como trampolín social para ciertas personas.

Es esencial, ya que así podremos intentar centrar la atención no solo en la persona agredida, sino en evitar que existan más agresiones y en cómo llegar hasta allí.

Pero… ¿hay tipos de agresiones?, ¿todo es una agresión?

Este es un tema polémico, ahora mismo, dentro de los entornos autónomos, feministas y libertarios en todo el estado español. Últimamente salen voces que reclaman un paso más en la definición y gestión de agresiones y a su vez responden voces a la defensiva que sostienen que plantear esto es antifeminista y que con ello se pretende desacreditar y silenciar a las personas agredidas.

No voy a negar que exista un sector de gente que utilice esta coyuntura y críticas para tal objetivo. Sin embargo, considero que mayoritariamente estas voces salen desde el entorno feminista, precisamente por una preocupación sincera por el mismo y con la motivación de evolucionar en cómo gestionamos estos conflictos, en dar valor a las agresiones, empoderar a las personas agredidas, acompañarlas y también generar un cambio para que esto deje de ocurrir.

Frente a esto se ha dado una respuesta defensiva por parte de un sector del feminismo que se ha atrincherado en un discurso único, hegemónico y dogmático, que no acepta crítica o revisión y que utiliza tácticas de expulsión y exclusión de las voces discordantes, algo que históricamente se lleva dando en otros movimientos políticos, fuertemente criticados desde nuestros entornos, por ser autoritarios.

Por ello, es necesario reiterar que plantear nuevas concepciones críticas o alternativas tiene mayoritariamente el objetivo de enriquecer la lucha feminista, no destruirla, y que es precisamente esta reacción defensiva lo que más está contribuyendo a acrecentar las enemistades con (este) feminismo.

Por lo tanto, pese a las reacciones que este tema pueda suscitar, es necesario que nos planteemos si toda situación que se califique como agresión lo es, si existen grados en las agresiones, o si tenemos que generar un lenguaje distinto.

La dialéctica que ha ido generando el movimiento feminista, al igual que en torno al enemigo identitario y su demonización, ha construido el concepto de agresión con unas connotaciones de violencia, rechazo, agresividad, etc. Estas connotaciones, es decir, el simbolismo implícito de la palabra agresión, están siempre ahí, en nuestro imaginario cuando hacemos o recibimos una denuncia, y debemos ser conscientes del peso de esta palabra cuando la utilizamos.

Durante los últimos años, cuando alguien denuncia una agresión, bien por miedo a herir la sensibilidad de la persona agredida, bien por no hacer que esta se sintiera cuestionada, se ha tendido a no hablar abiertamente de los hechos concretos, dejando que jugasen libremente en las mentes de todas, el simbolismo implícito de la palabra agresión. Esta es una de las razones por las cuales considero necesario saber con exactitud lo ocurrido por ambas partes, y que esto puede ayudar a definir lo sucedido y limitar la actuación de nuestra imaginación, que tiende a maximizar o minimizar los hechos dependiendo del contexto.

En las últimas décadas la tendencia general ha dado gran valor al concepto de agresión, con los beneficios y peligros que implica. Por un lado, da credibilidad y respaldo a la persona agredida, pero, por el otro, puede agravar y exagerar situaciones y, a su vez, banalizar su significado, lo que a la larga genera un rechazo frente a todas las denuncias y la infantilización de la persona agredida.

Por tanto, para evitar esta trivialización, para mantener la importancia de la gestión de las agresiones y para transformar las condiciones que las causaron, pueden plantearse dos opciones:

  • Acotar acotar la utilización de la palabra agresión a aquellas situaciones más graves y violentas. Por ejemplo, violaciones asesinatos o violencia física. Y a su vez generar un lenguaje o valorizar el que ya tenemos para definir otro tipo de situaciones y darles el peso que merecen, ni más ni menos, y en consecuencia una respuesta acorde.
  • Acordar que toda situación de conflicto en la que se ejerce un poder es una agresión y, en este caso, establecer una gradación en función de la gravedad para otorgarles el valor que se merecen, ni más ni menos, y en consecuencia una respuesta acorde.

A mí personalmente, me da rabia tener que recurrir a esto, ya que considero que, si todas actuásemos con responsabilidad y no tergiversásemos el uso del lenguaje, no sería necesario recurrir a estas estrategias. Sin embargo, dado el contexto que vivimos, y aceptándolo, creo necesario plantear estas opciones, siendo la primera por la que más me inclino, por considerarla la más sincera, sencilla y ceñida a la realidad. Hablemos de las cosas por su nombre y no tendremos tantos problemas de interpretación.

Y de la misma manera, cuanto más concreto sea nuestro lenguaje, más justa será la respuesta que se generará en nuestro entorno.

La publicidad de las agresiones

Cómo hacemos públicas las situaciones de violencia es una cuestión difícil y compleja, ya que, principalmente, es responsabilidad de la persona agredida y su entorno y, por tanto, suele operar también el miedo a que exigir o señalar esta responsabilidad sea entendido como un cuestionamiento a esta persona o a la agresión.

Esta susceptibilidad solo resalta la escasa capacidad de autocrítica de cierto sector del movimiento feminista, y la asunción de que, en estas situaciones, solo debe asumir responsabilidades la persona agresora y su entorno, lo que deja a un lado el carácter sistémico de las causas de las agresiones y la responsabilidad colectiva que hay frente a esto.

La única persona que puede decidir hacer público y señalar a las personas que han agredido es la que ha sufrido la situación de violencia y nadie más debería poder usar su testimonio más allá de lo que esta persona explicite. Si la persona agredida decide no hacerlo público, pero se lo cuenta a su entorno cercano, es responsabilidad de este entorno cómo se usa esa información y respetar esta decisión de no-publicidad, lo que implica no caer en el cotilleo y la rumorología, haciéndolo público, de facto, de forma irresponsable e imposibilitando generar herramientas colectivas necesarias para su gestión, pero ejerciendo un poder implícito sobre la parte agresora, que carece de capacidad de actuación.

En la mayor parte de las situaciones es necesario comunicar a la parte que ha agredido lo sucedido, para posibilitar que haya un cambio y reflexión, aunque esto no implica que se haga público.

Las personas del entorno de la persona que ha agredido deben conocer lo sucedido para poder realizar un acompañamiento adecuado, dejando espacio a esta persona para que pueda ser ella la que lo cuente a quien decida.

Limitar la publicidad de lo sucedido a la parte cercana de la agredida y a la persona que ha agredido, solo generará el aislamiento de esta, lo que no es para nada constructivo desde un enfoque transformador. Si exhortamos a la parte que ha agredido a mantener el silencio respectoa lo sucedido, pocas herramientas podrá tener a su alcance para reparar el daño y estaremos dejando muy poco margen para tener un soporte emocional y relacional que le permitan hacer frente a esta acusación.

No considero que todo tipo de agresiones o situaciones de conflicto deban hacerse públicas, pero, si se pretende que exista algún tipo de gestión, considero que, la persona agredida y la que ha agredido, junto con sus respectivos entornos de cercanos deberían estar al tanto y escuchar ambas versiones, para poder hacer un acompañamiento efectivo.

Las consecuencias de no transmitir de forma responsable la información relativa a estos temas pueden ser muy graves para ambas partes y asumir esta responsabilidad es uno de los pasos esenciales para la reparación de los daños.

Así mismo, cuando tomamos la decisión de hacer pública una situación así, el canal de publicidad de estas situaciones también es importante y peligroso. El uso de comunicados, entre otros, puede ser un arma de doble filo para la parte agredida, ya que una vez se hace público de esta manera, la gestión puede alargarse y complicarse durante varios años, lo que es fácil que se pueda querer evitar por las nefastas consecuencias psicológicas y sociales que tiene para las implicadas.

En conclusión, la propuesta de gestión que se propone en este fanzine,
que no difiere mucho de la que se propone en el de “Responsabilizándonos”, requiere una implicación y una responsabilidad muy intensa por parte tanto de las personas directamente afectadas como de su entorno. Esta implicación, además, supone que será un proceso largo en el tiempo e intenso emocionalmente.

La importancia de las agresiones, el impacto en las personas que se ven afectadas de una u otra manera por las mismas y el impacto político en nuestras luchas evidencian lo urgente que es abordar su gestión para que estas dejen de existir.