4. Mirando hacia otro lado: las drogas

¡Atención a navegantes! En este capítulo hablo sobre drogas y siempre incluyo al alcohol en esta categoría, ya que, por muy socialmente aceptada que esté actualmente, es una droga más, y probablemente de las más jodidas. Así que siempre que leáis drogas, pensad en el alcohol como una de ellas.

Desde el feminismo autónomo ha habido un sesgo claro del foco de interés hacia las agresiones de carácter sexual en el entorno festivo/militante. Esto, en parte, es debido a la cercanía de este tipo de agresiones para la mayor parte de nosotras, pero también por el contexto privilegiado en cuanto a edad y clase de nuestro entorno, que nos lleva a interesarnos más por este tipo de agresiones que por los feminicidios o la violencia doméstica, debido a que estos afectan a un perfil que no es el de la mayoría de las compañeras de militancia o fiesta, a pesar de que socialmente sean mucho más abundantes.

Sin embargo, como ya he mencionado anteriormente, en esta jerarquización de la visibilización de las problemáticas, también opera un puritanismo de herencia católica, apostólica y romana, y también franquista, que nos predispone a considerar, tácitamente, los casos de violaciones o agresiones sexuales como las más graves e importantes. No hay más que ver la respuesta social, manifestaciones, pronunciamientos públicos, etc., que estas generan, frente a la nula o escasa movilización en respuesta a los feminicidios.

Por el contrario, últimamente presenciamos el auge de las movilizaciones masivas frente a las violaciones y desde estas movilizaciones se han emitido muchos discursos: sobre consentimiento, sobre la capacidad de decisión de una persona menor de edad, sobre el código penal, sobre… un largo etcétera. Pero aún no he oído ninguna voz que habla de lo que parece un secreto a voces: el contexto de fiesta y de consumo de drogas, en el que se dan estas agresiones. Y la verdad es que es algo que me deja perpleja, porque, señoras, la cultura de la fiesta es cultura de la violación, y no hablar de ello, es como no hablar del elefante rosa que hay en la habitación.

No sé si hace falta profundizar aquí en los efectos que generan las drogas: pérdida de control, desinhibición, pérdida de consciencia, lagunas…

He visto a compañeras sufrir la transformación de Mr. Hyde siendo capaces de traspasar muchos límites del consentimiento de otras compas, que en un estado de no embriaguez, ni siquiera llegarían a plantearse traspasar. Igualmente, he cuidado de compas que no eran capaces ni de reconocerse a sí mismas, o mantenerse en pie y que esa noche no fueron agredidas porque estábamos sus amigas cerca. Pero estoy segura de no tener que especificar estos efectos, porque todas, en algún momento de nuestra vida, hemos pasado por ellos.

Entonces ¿por qué los feminismos callan?, ¿cómo puede ser que vayamos a mil clases de autodefensa feminista, que se organicen rutas de vuelta a casa seguras, que se propongan cambios urbanísticos, etc., antes que abordar el tema del consumo y la fiesta?

Está claro que hay intereses económicos, tanto del sector público como el privado, detrás de esta falta de crítica y que, obviamente, no será desde estos sectores desde los que se inicie este discurso. Pero, ¿y nosotras, tan feministas y anticapitalistas que somos?, ¿cómo no lo estamos poniendo sobre la mesa?

Nuestro nivel de hipocresía alcanza unos límites absurdos: de lunes a jueves vamos a nuestros grupos de nuevas masculinidades, nuestras asambleas feministas, al entrenamiento de autodefensa, etc. Y de jueves a domingo: “la verdad es que no me acuerdo, me han contadoque me lo pasé muy bien”. Nos drogamos y bebemos hasta perder el control: unas no podrían defenderse ni de un osito de peluche y las otras no recodarían si se follaron al osito de peluche, con o sinconsentimiento. Y, en realidad, antes he sido optimista, porque cuantas asambleas, entrenamientos, manifestaciones o desalojos nos hemos saltado porque era lunes, o incluso martes y no podíamos con nuestra vida, lo cual reduce nuestra militancia al miércoles. ¡Y todavía nos extraña que la revolución no llegue nunca!

Estoy poniéndome en un extremo, que evidentemente no todo el mundo perpetúa, aunque, tristemente, es más normal de lo que parece y, aunque esta no sea nuestra rutina semanal, con una vez que sea así, basta para joderle la vida a alguien.

¿Qué hacemos nosotras frente a ello?

En el mejor de los casos, organizar fiestas en centros “liberados”
(todavía no entiendo de que están liberados), o fiestas no mixtas, o
ponemos un punto lila, y nos quedamos tan anchas. Pretender que
nuestros espacios son un limbo, donde los pecados mundanos y
normativos se quedan fuera, y donde nosotras, en nuestra inmaculada
perfección, no vamos a caer en reproducir la misma mierda que ocurre
en la sociedad, de la que, nos guste o no, somos parte, es cuanto
menos iluso.

Haciendo paralelismos con otras luchas actuales, es como si en el movimiento que está surgiendo en contra de los locales de juego, en diversos territorios del estado español, en vez de ir contra los propios locales, se dedicasen a organizar bingos, timbas y partidas en los centros sociales autogestionados.

Pretender que los puntos lila o la atención en barra de las agresiones en las fiestas sean herramientas útiles es como pretender que, en un casino, sea útil un punto de atención a la ludopatía, o que se van a reducir las emisiones de CO2 gracias al mercado internacional de estas.

El mal ya está hecho con la propia actividad que promueves. Es un parche, un lavado de cara público, pero no es una solución real frente a las agresiones sexuales en las fiestas. ¿Por qué? porque no apunta al origen estructural de las mismas, la cultura del consumo de drogas y de la fiesta, que se construye en nuestro imaginario como un mercado del consumo de carne humana sexualizada. Se vuelve, una vez más, a individualizar el problema en una persona agredida y la que ha agredido, como si fuesen setas que crecen aisladas.

No es sorprendente que las instituciones públicas y empresas privadas individualicen el problema de las agresiones sexuales a quienes las ejercen y las padecen. Es predecible que, tanto administraciones públicas como locales, se sumen al carro de los puntos lilas, porque les proporciona, justamente, lo que necesitan: un lavado de cara en cuanto a la nueva ola de sensibilización feminista, sin tener que cuestionar qué tipos de espacios de relación promueven, las dinámicas de consumo de drogas y las violencias que estas generan.

Lo que sí que sorprende es que desde los feminismos sigamos esta misma tendencia. A priori, prefiero que, ya que la fiesta en torno a las drogas sigue existiendo y nadie la cuestiona, haya un punto de atención a las agresiones, sin embargo, cuidado con el mensaje que se lanza desde estos puntos.

Por un lado, en las fiestas “liberadas” el papel que se asume muchas veces de control policial es bastante turbio y, frecuentemente, tenemos protocolos de actuación que no van más allá del momento preciso en el que ocurre la agresión, sin un seguimiento posterior, o sin interés en los detalles de la misma. Por otro lado, en las fiestas públicas o en locales, abundan los mensajes desde los puntos lila que refuerzan el discurso del miedo y la inseguridad, y construyen estos puntos lila como entes protectores, una vez más, de las pobrecitas damiselas en apuros, perpetuando las propias violencias machistas que dicen abordar. Y, sobre todo, un discurso feminista que se basa sólo en este tipo de parches, pero que defiende, promueve y no cuestiona los espacios de fiesta de consumo y las drogas, me parece la mayor de las hipocresías.

Ser feministas no es no haber agredido nunca (o pretender no haberlo hecho), sino tener el valor de enfrentarnos con nosotras mismas en nuestras actitudes más chungas, pelear para erradicarlas, haciendo hincapié en transformar las condiciones estructurales que las generan, no mirando hacia otro lado.

En el caso del consumo, la fiesta y las drogas, es obvio que nos es más cómodo no confrontarlos, porque en el fondo casi nadie quiere renunciar a esto, a pesar de lo que implique, porque nos hace sentirnos guays y populares (tristemente nuestra ascensión y rango social están muy relacionados con la fiesta y las drogas) y es divertido, hasta que lo deja de ser cuando pasa algo, y todas nos llevamos las manos a la cabeza.

Lejos del puritanismo ideológico, cada una que actúe y consuma lo que quiera, sin embargo, la responsabilidad política que tenemos respecto al uso y consumo de drogas y los espacios de fiesta es algo a asumir, a criticar y, cuanto menos, cuestionar. El consumo de drogas y alcohol no debe usarse nunca para justificar que sucedan agresiones. Una vez más, poniendo los cuidados en el centro, es difícil que estos puedan existir en espacios donde lo que se promueve es la desrresponsabilización bajo los efectos de las drogas.