5. Interseccionalidad e identitarismo

Primero de todo, ¿de qué hablamos cuando hablamos de interseccionalidad?. Se trata de una teoría política que sostiene que las categorías en las que se clasifica a las personas en función del género, raza, clase, diversidad funcional, orientación sexual, origen, y un largo etcétera, son construcciones culturales, que están interrelacionadas y que surgen de los distintos sistemas de opresión que operan en el mundo que habitamos: capitalista, patriarcal, colonial, capacitista, etc. Esta teoría nace, de hecho, haciendo especial hincapié en cómo la raza y el sistema colonial interactúan con las opresiones de género y de clase, generando una estructura jerárquica que las engloba a todas ellas.

Últimamente, en el contexto del feminismo autónomo blanco, se habla mucho de esta teoría, y, en la mayor parte de los casos, se utiliza desde una perspectiva muy individualista.

Sin ser una experta en el tema, el uso de este concepto que más he
observado es parecido al de los videojuegos o los cromos del Yu-Gi Oh, en el que cada personaje tiene unos niveles de habilidades distintos, que lo hacen mejor en las batallas con espada, pero no en puntería. Lo mismo, pero con opresiones y privilegios:

  • Zelda es un tío cis pero racializado.
  • Sonic es tía trans con residencia legal en el estado.

¡A ver quién gana!

Es decir, tratamos a las opresiones que cada una pueda estar, o no, sufriendo como categorías estáticas que definen a una persona y, al final, traducimos todo a una competición, para ver quién acumula más o menos puntos en la cadena trófica social.

Tristemente, creo que así es como se ha entendido la teoría interseccional entre nuestros entornos, o al menos, en muchos casos, es así como se utiliza. Sin embargo, el enfoque interseccional tiene mucho más que aportar a las luchas, si atendemos a la perspectiva estructural que señala, primordialmente, a cómo el colonialismo, el neocolonialismo y el racismo interactúan con el resto de sistemas de opresión y de esta forma nos permite entender cómo afectan a nuestras relaciones.

A donde quiero llegar, es, una vez más, a la importancia de complejizar, en vez de simplificar, las problemáticas que abordamos a nivel político, en atender a las condiciones estructurales, a la vez que cuidamos de las especificidades coyunturales que cruzan a cada persona y, en definitiva, a superar las dicotomías identitarias.

La realidad es mucho más compleja que reducirlo todo a las categorías de identidad individual en las que encajamos cada una. Si aplicamos patrones de conducta, protocolos y herramientas como si de fórmulas matemáticas se tratasen, sin atender a las especificidades y circunstancias que nos rodean a cada una, podemos caer en comportamientos injustos, dogmáticos y excluyentes. Estos comportamientos afectarán más a las personas que se encuentran en situaciones tanto físicas, como relacionales y psicológicas de aislamiento y que puede que no tengan las estrategias, el entorno o la fortaleza para afrontarlas en ese momento.

La tendencia posmoderna a identificarnos y encasillarnos en una identidad concreta, o en la suma de varias, y que tiene utilidad a la hora de visibilizar violencias estructurales (como ya expuse en el caso de arquetipo del proletario), si se limita a esto, termina generando grupos de pertenencia y, por tanto, de exclusión, con lo peligrosa, poco inclusiva y dolorosa que esta dinámica pueda llegar a ser.

Desde el feminismo autónomo blanco, en el estado español, no hemos conseguido romper con el discurso y las prácticas excluyentes que genera el identitarismo. Este es uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos como movimiento, entre otras cosas, por los sentimientos reaccionarios y de marginación que generamos desde este posicionamiento. Al generar identidades estancas e inamovibles en las que cada una se clasifica, generando grupos identitarios al mismo tiempo se construye una alteridad, excluimos a las que no pertenecen a nuestro clan, porque no son como nosotras.

Es decir, donde la identidad es entendida como un grupo de pertenencia, se propicia y promueve la exclusión de toda persona que no cumpla los requisitos para formar parte y, de esta forma, generamos una jerarquía donde las que no forman parte de nuestro grupo identitario son inferiores.

Al final, una teoría política que podría ser una herramienta de mucha ayuda para entendernos en diversidad, pero desde la horizontalidad relacional, se utiliza una vez más como mecanismo de exclusión diferencial.